sábado, 27 de octubre de 2012

Una buena nueva


En el inmediato posconcilio se puso el acento en una reforma más bien sociológica de la Iglesia. El Concilio se interpretó como una ruptura y, por lo mismo, se puso en marcha la utopía de una Iglesia distinta.
Algunos siguen insistiendo hoy en las bien conocidas (y aburridas) recetas del progresismo teológico: la fe reducida a frío moralismo y la Iglesia convertida en una agencia del cambio social.
El futuro de la fe no pasa por su mimetización con el espíritu del tiempo, una modernización que la haga un fragmento más del mundo, irrelevante e insignificante.
A mí, como obispo católico, poco me interesa una Iglesia más moderna. Ya hemos perdido demasiado tiempo en eso. Me quita el sueño el anuncio del Evangelio: Dios en el corazón del hombre.

Estas palabras fueron publicadas en un diario mendocino el jueves pasado por Mons. Sergio Buenanueva, obispo auxiliar de Mendoza. 
Notable. ¿Qué tendrá que decir Mons. Arancibia, el felizmente renunciante arzobispo de esa diócesis?

lunes, 15 de octubre de 2012

Dulces tentaciones


Los abundantes comentarios del último post y varias lecturas recientes me han llevado a pensar en las dulces tentaciones que debieron soportar el clero y los laicos del post-peronismo, y en las que cayeron. Debo decir que yo, en sus circunstancias, hubiese caído también. Porque se trata de tomar el camino más corto y más fácil para solucionar el problema, sobre todo cuando el problema es grande e inminente. Es difícil no caer en la dulce tentación.
Los obispos, gran parte del clero y de los laicos más esclarecidos de esa época (1955-1966), veían con terror que se les acercaba el gran monstruo del comunismo. Esa había sido una de las razones por las que se habían recostado sobre el peronismo una década atrás porque que les garantizaba un claro anti-comunismo. Pero con el General en el exilio, se las veían venir. La lectura de las cartas pastorales, homilías y demás alocuciones públicas de Caggiano y de otros muchos obispos de los ’50 y ’60 muestra la casi obsesión que tenían por el tema, aunque en Argentina la presencia propiamente comunista era ínfima. Y en esto, hay que decir, eran clarividentes. El marxismo era un peligro real para el país; tan real que terminó triunfando, aunque ellos no podían saber que su triunfo iba a venir en la cultura y en la sociedad, y no en la política como ellos, razonablemente, creían.
Pobres, a pesar de que lo intentaron, no pudieron frenar la penetración cultural y social del marxismo, ni el marxismo violento de los ’70 aunque, convengamos, ¿quién podría haberlo hecho? Muchos fueron los factores que les jugaron en contra. Aquí van algunos:
1. Falta de idoneidad para el cargo. Sobre esto ya nos aleccionó Castellani en sus famosas cartas en las que, por ejemplo, en 1953 afirmaba que en la Iglesia argentina “los ciegos guían a los videntes y los asnos enseñan a los doctores”. Es que en “esta tierra ganadera los teólogos no abundan”, y mucho menos abundaban en el colegio episcopal de esa época, y de ésta.
La relectura de la carta del P. Castellani al nuncio Mario Zanin es apropiada para recordar la situación, pero veamos el testimonio de otros eclesiástico. Mons. Bonamín recordaba que durante una Semana Santa tuvo que reemplazar al obispo de Mercedes Anunciado Serafín, y descubrió su biblioteca cubierta de telarañas. “Esto repercutió en la tarea del Concilio, que obligaba a leer, comprender y apreciar temas de alta teología y de historia de la Iglesia”, explica. José Pablo Martín, exsacerdote y actual patrólogo, escribe refiriéndose a Mons. Audino Rodriguez y Olmos: “En sus libros, de orden apologético, no hacen mella ninguna las preocupaciones intelectuales, exegéticas, teológicas de Europa. Es como si estuviera detenido en la España del siglo XIX. Todas las tormentas intelectuales que agitaron el pensamiento europeo entre las dos guerras mundiales… eran totalmente ajenas a las preocupaciones de uno de nuestros principales obispos intelectuales”.
Esta falta de teología necesaria para cualquier obispo o, lo que es lo mismo, la repetida manía de nombrar mediocres para la tarea episcopal, provocó que el mundo y las circunstancias le pasaran por arriba a los pastores argentinos.
2. El Vaticano II: un salvavidas de plomo.  El Concilio vino a complicarle en serio las cosas a los obispos argentinos. Desde la caída del peronismo habían comenzado a aparecer curas contestarios que seguían el ejemplo de los curas obreros franceses, y que muy rápidamente comenzaron a virar hacia el marxismo. Interesante para conocer esta historia es leer Cristo revolucionario. La Iglesia militante, de Lucas Lanusse. El problema es que lo que podrían haber sido un caso de indisciplina, relativamente sencillo manejar, recibió dos espaldarazos impensados. En primer lugar, la celebración del desgraciado Concilio Vaticano II que, interpretado como fue en ese momento (¿había, acaso, otra interpretación?) justificaba ampliamente la actividad de los curas amotinados y le restaba autoridad a los obispos en nombre de la colegialidad, del diálogo y de todas las otras palabras bonitas que conocemos. Y, en segundo lugar, el apoyo que comenzaron a tener los curas rebeldes por un grupo de obispos jóvenes: Angelelli, Devoto, Podestá y Quarracino. Los cuatro, y otros que se le sumaban circunstancialmente, hacían parte con los curas y complicaban las reuniones del episcopado propugnando a veces, y de modo abierto, la interpretación marxista del cristianismo. [Es interesante ver cómo terminaron estos prelados: Angelelli, muerto en lo que pareció un accidente en 1976; Devoto, muerto en un accidente automovilístico real en 1984; Podestá, amancebado con Clelia, su secretaria; y el gordo Quarracino, como cardenal arzobispo menemista de Buenos Aires].
Y así, durante el Concilio, se reunieron en Roma un grupo de obispos presididos por Helder Cámara, y entre los que se contaban Angelelli y Devoto, y redactaron un documento -“De los obispos del Tercer Mundo”- en el que, luego de renunciar a la visión tradicional de la Iglesia, decía literalmente que el marxismo constituía una evolución de la sociedad. Cuando el texto llegó a Argentina, fue traducido y publicado. En poco tiempo, -y sin Internet-, Devoto había recibido la adhesión de más de cuatrocientos sacerdotes del país. Poco después, hacen la primera reunión en Córdoba. Se congregaron novecientos sacerdotes. Uno de sus líderes era Lucio Gera, que siguió haciendo un daño enorme a la iglesia argentina desde los altos puestos como formador que le concedieron los diferentes arzobispos de Buenos Aires y las autoridades de la UCA. Felizmente, dejó de dañar hace poco más de dos meses.
Caggiano y la mayoría de los obispos argentinos tenían el problema en casa y no pudieron ni supieron resolverlo. Literalmente, la situación los pasó por arriba. Decía el Pocho Aguer al respecto: “Caggiano no comprendía en qué había cambiado la teología. Como otros obispos viejos estaba perdido entre la vieja teología, llena de seguridades, y las nuevas teologías, donde todo podía estar en duda. No se ubicaba. Yo recuerdo que siendo seminarista estaba todo en suspenso. No se sabía qué cosas valían todavía. Todo se podía discutir en el mismo nivel, ya sea un ornamento para dar el bautismo como un artículo del Credo”.
Frente a esta situación, ¿qué hacer? O, dicho a lo Chapulín Colorado: “Y ahora, ¿quién podrá socorrernos?”. Y es aquí donde aparece la dulce tentación de recurrir a la fuerza política o militar, es decir, resolver el problema desde afuera. Insisto en que era muy difícil no caer en esa tentación y probablemente nosotros, en esas circunstancias, hubiesemos sido los primeros. A los obispos y laicos del momento el golpe de Onganía del ’66 se les presentó como la (única) solución a mano para salir adelante. Era la dulce tentación de los sables y los bastones largos. Era la oportunidad que esperaban los laicos que afirmaban la necesidad y deber de los católicos de actuar directamente en política. Y por eso el grupo de “Ciudad Católica”, asesorado por el P. Grasset, recientemente fallecido, llenó el primer gabinete del Gral. Onganía. Sus nombres, en muchos casos, nos provocan una justa y merecida admiración y veneración, ya que fueron hombres entregados a su ideal. Es el caso, por ejemplo, del coronel Juan Francisco Guevara (más allá de lo que le hicieron hacia el final de su vida a este santo varón los felones discípulos del Carloncho).
Pero no funcionó.
Es verdad que la UBA y el resto de las universidades nacionales eran una cueva de marxistas, pero los bastones largos no solucionaron el problema. En realidad, lo agudizaron.
Es la dulce tentación de transformar el mundo desde arriba, y por la fuerza si es necesario. No sirve. Los primeros cristianos lo transformaron transformándose.
La dulce tentación  es meterse en política, soñar con el partido católico o con infiltrarse en partidos tradicionales, para hacer la “patria católica”.
No sirve. Ya se intentó en el ’66, en condiciones ideales, sin Congreso y sin sindicatos con los que pelear, sin la basura progre que nos trajeron Alfonsín y los K y con la fuerza e las armas a favor. Y no funcionó.
Y las dulces tentaciones continúan. Sería casi como hacerse lanatista porque el Gordo esmerila cada domingo a los K. Así no funciona el cristianismo.
Ser cristiano es otra cosa.

jueves, 4 de octubre de 2012

Pura sangre



Los comentarios del último post derivaron en una crítica bastante dura, y previsible, de la actitud del Pocho Aguer en ocasión del ataque de un grupo de degenerados a su catedral.
No estoy muy seguro de que el arzobispo, en este episodio concreto, debería haber estado allí presente. Como bien acotó alguien el blog, habría sido darles el gusto a los orcos. En una palabra, gastar pólvora en chimangos.
Sin embargo, y dejando de lado el caso concreto del Pocho, un repaso histórico de los últimos setenta años en nuestro país no hacen más que confirmar lo que hemos hablado en este blog hasta el hartazgo: nuestros obispos son, sin duda alguna, obispos argentinos de pura sangre. Es decir, por todos ellos corre la sangre traidora y cobarde que corrió por las venas de la mayoría de los prelados argentinos del último siglo.
Ya nos lo decía Castellani hace más de cinco décadas, pero aquí quiero aportar algunos datos más referidos a las actitudes de los dos primeros cardenales argentinos –Copello y Caggiano- durante la particular persecución a la Iglesia acaecida en el segundo gobierno de Perón.
Veamos algunas de las disposiciones del gobierno peronista tomadas en un lapso de pocos meses entre 1954 y 1955: se derogó la disposición que prohibía la enseñanza mixta a partir de los diez años; se eliminó la subvención estatal a los colegios dependientes de la Iglesia; se desterraron los crucifijos e imágenes religiosas de los lugares públicos; se cerraron las puertas de las cárceles a los capellanes; se eliminaron los espacios gratuitos de las emisoras de radio y televisión que poseían las instituciones católicas mientras se permitía las protestantes; se retuvo la designación de un obispo enviada por el Vaticano; se arrestó al director del diario católico El Pueblo y al de la editorial Difusión y se les suprimió la cuota de papel; se autorizaron los prostíbulos; se aprobó la ley del divorcio vincular; etc.
En el Congreso, en tanto, los diputados peronistas pronunciaban sus discursos sobre la Iglesia en estos términos: infames y satánicos clérigos; negras sotanas del vandalismo traidor; los que han convertido la casa de Dios en escuela de desacato, calumnia y violencia al servicio de la oligarquía; los nuevos judas que se escudan en el beso de la hipocresía; el sacerdocio del mal que quiere crucificar al Dios del amor por mísera paga; la víbora que ha salido al camino y será aplastada; los que queman incienso delicadamente oloroso a los siete pecados capitales; los cuervos de Dios en concubinato con el conglomerado de bestias de la antipatria; quienes, si creyeran en Dios, deberían arrodillarse frente a la imagen de Eva Perón, y muchas más del mismo tipo.
Como se ve, la situación era bastante grave y mucho más seria de lo que estamos viendo en la Argentina en los últimos tiempos. Hemos denunciado aquí varias veces la actitud cobarde y acomodaticia del cardenal Bergoglio que jamás dio su apoyo a manifestaciones de laicos en contra de algunas de las leyes inicuas que se han votado durante el gobierno K. Pero, ¿qué hacían en otras épocas sus antecesores?
En la década del ’50 era arzobispo de Buenos Aires Santiago Luis Copello, el primer cardenal argentino, quien tenía una particularidad: cuando las papas quemaban, siempre se enfermaba. Por ejemplo, para el famoso día de Corpus de 1955 cuya procesión, a pesar de haber sido prohibida por el gobierno, congrego a una inmensa multitud que apresuró la caída la Perón, Copello no apareció. Quien celebró la misa y presidieron la procesión fueron sus auxiliares, Mons. Tato y Mons. Rocca. Curiosamente, luego del triunfo de la Revolución Libertadora, el cardenal recuperó de inmediato su salud y apareció radiante junto a Lonardi.
Cuando el gobernador de Buenos Aires, Carlos Aloé, dispuso la detención de todos los obispos y sacerdotes de la provincia, Copello “debió ser internado de urgencia”, según difundió la prensa vaticana. Sin embargo, el cardenal primado estaba escondido en el domicilio del rabino Guillermo Schlesinger, de la sinagoga de la calle Libertad.
Cuando el resto de los obispos argentinos, bajo el impulso de Caggiano, decidieron reunirse y redactar un documento crítico al gobierno, debieron hacerlo en Córdoba debido a la oposición de Copello, que nunca concurrió a esos cónclaves y se negó a firmar todos los documentos hasta último momento, cuando vio que no tenía opción porque quedaría mal frente al Vaticano que apoyaba abiertamente a los obispos.
El cardenal Caggiano, arzobispo de Rosario, aunque decía que debajo de su sotana latía un corazón peronista, en 1954 encabezó la protesta de la Iglesia frente a los desmanes del General. Sin embargo, no podemos decir que fuera un dechado de valentía. Cuando viajaba a Buenos Aires, se alojaba en una casa de los redentoristas en Paraguay y Libertad, aledaña a la iglesia de Las Victorias. La noche del 16 de junio de 1955 un grupo de peronistas que ya habían prendido fuego a la vecina iglesia de San Nicolás de Bari comenzó a forcejar la puerta del convento. Viendo que la cosa se ponía fea, el cardenal decidió huir. Corrió hacia los fondos, se arremangó la sotana y saltó un muro. Al caer al otro lado se lastimó. En el edificio lindero vivían unas monjas vicentinas que lo atendieron. Luego un amigo lo pasó a buscar y lo llevó a su casa. En tanto, los matones habían entrado en la casa redentorista encontrando la resistencia de uno de los sacerdotes a quienes golpearon provocándole la muerte.
¿Y el clero y las monjas? Es verdad que habían muchos sacerdotes que, a diferencia de los obispos, mostraron una oposición decidida y valiente al gobierno de Perón. Otros muchos, sin embargo, se refugiaban en sus covachas. Algunos escritos redactados por laicos de esa época son un buen testimonio de la situación. El 25 de enero de 1955, uno de ellos fustigó “las vergonzosas muestras de cobardía” de clérigos, religiosos y monjas que “haciéndose eco de rumores absurdos andan desesperados a la búsqueda de trajes civiles y de casas de confianza donde refugiarse en caso de quemazones”. Decía que los católicos estaban dispuestos a dar la vida en defensa de la Iglesia pero que no darían un paso en defensa de conventos vacíos o de colegios e iglesias abandonados, ni podrían defender en las calles a monjas y religiosos disfrazados de civil. Más aún, los feligreses de una parroquia de Buenos Aires le advirtieron a su párroco asustadizo que, si lo veían por la calle sin su sotana, podrían confundirlo ellos mismo y darle una paliza.
Algunos meses después, en mayo del mismo año, otro escrito se dirigía directamente al cardenal Copello y le decía que “los laicos esperamos de usted ejemplos dignos y varoniles”, porque “un sacerdote cobarde causa náuseas a Dios y risa a los hombres”. Y se preguntaba: “¿Seguiremos retrocediendo, seguiremos hablando de apaciguamiento, seguiremos creyendo en la eficacia de entrevistas misteriosas y de frangollos de trastienda? Ha llegado la hora de reconquistas todo o perder todo”. Recordemos que el 8 de diciembre del año anterior anterior, cuando el gobierno prohibió la misa en Plaza de Mayo por el día de la Inmaculada, Copello la suspendió pero, a pesar de eso, se reunió allí una enorme concentración de más de cien mil fieles, desafiando al gobierno y a la cobarde actitud del primado.
En fin, los libros de historia y los memoriosos que aún quedan podrían engrosar estos ejemplos. La conclusión es clara: la cobardía del episcopado argentino viene de lejos y posee una ilustre prosapia. Son pura sangre.