martes, 29 de junio de 2010

El verdadero San Juan


El Coronel Kurtz, desde su Roca del Grifo, escribió un par de comentarios acerca de la autoría del Evangelio de San Juan que publico en forma de post. No será fácil rebatirlos, me parece a mí, que no soy biblista.

Nadie cree aquí que un buen día San Juan se levantó y dijo: “Hoy vamos a escribir un evangelio, unas cartas y un apocalipsis.” Y se sentó frente al monitor y empezó a teclear. Pero tampoco tenemos nada para afirmar que lo que dice Jn 21:24, en una formulación cuasi jurídica, es mentira (o, como dice B. Lindars sin dar mayores pruebas, que se agregó después). A propósito de las fuertísimas implicancias del verbo “martyrein” (dar testimonio), hay un artículo muy bueno en un libro colectivo sobre el Apocalipsis que hace un par de años editó Libreria Editrice Vaticana con prólogo del cardenal Bertone, pero que ahora no tengo a mano.

Tampoco nadie aquí es literalista. La lectura literal de la Biblia nunca ha sido católica. Esto lo sabemos todos; está en el mismo Nuevo Testamento y en los Padres.

¿Entonces por qué ese interés desorbitado de ciertos comentaristas en insultar nuestra inteligencia llamándonos “fundamentalistas”? Pues porque ése ha sido siempre el método de quien se cree transgresor, llenar de epítetos a quienes no lo siguen.

Entonces nos es lícito preguntarnos “à la Hercule Poirot”, cui bono? ¿Por qué ese interés tan entusiasta y pasional por deslegitimar el Evangelio de Juan?

Quizá la mayor especialista en este libro del Nuevo Testamento al día de hoy es la Dra. Marianne Meye Thompson. En uno de sus últimos libros, “The God of the Gospel of John”, dice claramente que es este Evangelio el único que permite afirmar que Jesús es Dios. Otro especialista en Juan, el Dr. Ruben Zimmermann, dice claramente que todo el Ev. Jo. está escrito para demostrar que Jesús es Dios. (Mi alemán es pésimo, pero por suerte el Dr. Z ha publicado bastante en inglés, por ej. en “Anatomies of narrative criticism”).

Si este Evangelio es una “construcción” de una comunidad joánica posterior a la muerte del Apóstol, queda tambaleando (nada más ni nada menos que) la Divinidad de Cristo, pues entonces sería una definición dogmática hecha sobre bases falsas o, al menos, inciertas. De nuevo, la doctrina del Jesús histórico versus el Cristo de la fe. Raymond Brown lo dice claramente “aunque creemos que el IV Ev. refleja memorias históricas de Jesús, la mayor parte de la remodelación teológica de estas memorias hace al material joánico mucho más difícil de usar en la búsqueda del Jesús histórico que la mayoría del material sinóptico” (“El Evanglio según Juan”, t. I). Barnabas Lindars llega más lejos aún “el IV Ev. no tiene ninguna credibilidad histórica” (“Tras el IV Evangelio”).

[Comentario al margen: Está claro en Jn 21:24 que se usa el plural, “nosotros sabemos que su testimonio es verdadero”, que da a entender justamente que no fue el evangelista el que agarró el lápiz {aunque también hay quienes sostienen con buenos argumentos que es un plural mayestático o enfático como renuentemente reconoce R. Schnackenburg respecto al plural de las cartas joánicas}; pero hay un abismo entre esto y afirmar un construccionismo apologético contra herejías gnósticas. De nuevo, la clave es “martyrein”—dar testimonio.]

En cuanto al uso de la tercera persona, “el discípulo amado”, para referirse a sí mismo, es lo mismo que hicieron Túcides, Polibio, Julio César o Flavio Josefo (o Maradona). Es más, Richard Bauckham parecer concluir que justamente el papel de San Juan como apóstol fue el de ser testigo. Comparándolo con San Pedro, quien a veces parece ser de un nivel inferior que “el discípulo amado”, dice: “se hace evidente cuando vemos que Pedro y el Discípulo Amado representan dos formas distintas de ser discípulo: servicio activo y testigo perceptivo.”

Respecto a que se siguen hipótesis que ya están fuera de moda, les recomiendo el paper que presentó R. Zimmermann el año pasado en el congreso de Viena de la Sociedad Internacional de Estudios sobre el Nuevo Testamento, con el título “A Paradigm Shift in German Parable Exegesis? Opening up Horizons of Understanding”.

En cuanto al testimonio de los Padres, es significativo que Dionisio de Alejandría (s. III), quien dudaba de la autenticidad del Apocalipsis, sin embargo, afirmaba rotundamente la del IV Evangelio. Sabemos también del testimonio de Orígenes y de su maestro Clemente de Alejandría (s. II) quien, “por la tradición de los viejos presbíteros”, afirmaba que el apóstol Juan, “lleno del Espíritu Santo, escribió un Evangelio espiritual”. Por Ireneo (discípulo de Policarpo, discípulo a su vez de Juan) que cita más de 100 veces el IV Evang. “como Juan, el discípulo del Señor, dice” y en Adv. Haer. lo dice sin lugar a dudas: “Juan, el discípulo del Señor que descansó en su pecho, que también escribió un Evangelio, mientras residía en Efeso en Asia”. El fragmento Muratoriano (s. II), Teófilo de Antioquía (s. II), Papías de Hierápolis (discípulo directo de Juan), dan testimonio directo. Indirectamente hay citas casi textuales del IV Ev. en Ignacio de Antioquía (s. I), Justino Mártir (s. II), los herejes Traciano, Valentín, Marción, los montanistas y Celso (s. II), el “Martirio de Policarpo”, la Epístola a Diogneto y en el Pastor de Hermas.

En cuanto a la prueba, lo dice claramente un discípulo del método histórico-crítico (D. A. Carson), al preguntarse por la popularidad de Raymond Brown, respecto a otros exégetas: “… la teoría de las tradiciones de Brown [que es] mucho más especulativa y mucho menos controlable que la obra de Fortna [teoría de las fuentes], ha tenido una influencia mucho mayor—presumiblemente, uno debe decirlo, porque es coherente y por lo tanto satisfactoria, pero también porque es totalmente imposible de probar […] Kysar concluye, ‘si el evangelio evolucionó de una forma comparable a la ofrecida por Brown y Lindars, está totalmente fuera del alcance del estudioso y del historiador joánico producir la prueba de que eso es así’”.

lunes, 28 de junio de 2010

Cine de fin de semana


Desde hace ya varios meses, dejé de ver programas periodísticos sobre política argentina. Un poco tarde por cierto, pero me desahucié totalmente de la realidad política del país y de su posibilidad de cambio y, consecuentemente, ese tipo de programas me aburre. Lo bueno del caso es que he dedicado ese tiempo a ver cine que, este fin de semana consistió en tres películas: Tetro, de Henry Ford Coppola y rodada en Buenos Aires (para olvidar); Yo soy el amor, película italiana muy bien realizada hasta que se torna estrictamente pornográfica (para evitar), y la última, una agradable sorpresa:
AN EDUCATION
Se trata de una película inglesa cuya acción transcurre en Londres a comienzos de los ´60, y se puede aprender bastante:
1. No es posible ceder un ápice al espíritu del mundo. Como dice Aristóteles en la Metafísica, un error imperceptible en el comienzo, es catastrófico al final.
2. Cuidarnos de creer en los espejismos, sobre todo cuando éstos, aparentemente, cumplen todas nuestras expectativas, porque rápidamente los convertimos en ídolos que nos vuelven ciegos para lo más evidente.
3. Siempre es posible la redención y nuestros fracasos son motivo de crecimiento, si así lo queremos y nos dejamos ayudar.
4. La imagen dulce que presenta el mundo es engañosa, y lo que nos parece, desde ese lugar, una vida gris y de fracasos, suele ser lo contrario.
No es una gran película pero, dado que éstas escasean tanto, una película medianamente buena puede salvar el fin de semana.
Pude bajarse de aquí.

sábado, 26 de junio de 2010

Obispos preocupados


El blog de Psique y Eros publicó ayer una entrada en la que comenta un comunicado de Mons. Gabino Zavala quien expresa que los obispos norteamericanos están preocupados por el nuevo rol que tienen los blogs para la vida de la Iglesia, algunos de los cuales, incluso, se atreven a desafiar el magisterio de los obispos!
Es una afirmación interesante que impone, como primera medida, definir en qué consiste, propiamente, el magisterio y cuál es el papel que les corresponde a los laicos dentro de la Iglesia. Un tema complejo, que habrá que madurar un par de días.
Sin embargo, es para destacar el comentario que Ludovicus hace al post de Psique y Eros:


Lo que les preocupa es el fin del silencio, de la cultura del encubrimiento, del monopolio de la información.

Sin internet no hubiera habido caso Maciel, sin internet no se destaparían los abusos litúrgicos, sin internet Castrillón Hoyos seguiría verseando y Sodano encanutando.

Ayer hubo un allanamiento en Bélgica, relacionado con los abusos sexuales. El tinterillo de turno en el Vaticano salió a quejarse de la “profanación de tumbas”, revelación de secretos, etc. No convenció a nadie.

Se acabó. No hay nada oculto, efectivamente, que no sea develado.

A cambiar Monseñores. A pelarse el traste estudiando, a ser transparentes como el cristal, a confiar la verdad a los fieles. Y ojito con las prepoteadas.


Si yo hubiese leído ese comentario hace un año, habría dicho que Ludovicus es un resentido enemigo de la Iglesia católica. Hoy, comparto totalmente su opinión. Quizás los católicos, sacerdotes y laicos, no hemos caído aún en la cuenta en manos de quién hemos estado. Asusta si hacemos lista, aunque más no sea del último mes:

1. El 26 de abril renuncia el obispo de Brujas luego de admitir que abusó sexualmente en reiteradas ocasiones -siendo sacerdote y obispo- de su sobrino adolescente.

2. Esta semana se conoció que el obispo de Augsburg, Mons. Walter Mixa, no solamente propinó algunos coscorrones a los alumnos de un colegio católico sino que era un alcohólico grave y habría abusado sexualmente de jóvenes sacerdotes.

3. Ayer la policía belga realizó un allanamiento en la sede del palacio episcopal y en la catedral del arzobispado de Malinas-Bruselas confiscando, entre otras cosas, las computadoras del cardenal Suenens, en buscas de indicios de denuncias de abusos sexuales a menores por parte de miembros de la iglesia belga. Desde el Vaticano se quejaron, entre otras cosas, porque no respetan el derecho a la confidencialidad de las víctimas.

4. El miércoles nos anoticiamos que el Santo Padre apoya la investigación a fondo, en su plan de tolerancia cero, iniciado por la Quaestura italiana en la causa por corrupción iniciada hace años al cardenal arzobispo de Nápoles Crescenzio Sepe.

La situación no sólo es grave, sino que se agrava cada día.

Es la hora de la purificación. Habrá que esperar que pase la tormenta para ver resplandecer, cuando los nubarrones se hayan ido, a la Esposa Inmaculada del Cordero.

jueves, 24 de junio de 2010

A tientas


El comentario de Lucho me hizo acordar de un texto de Castellani que leí hace tiempo en la Catena argentea de Jack Tollers y que, en un par de ocasiones, ha sido particularmente -y paradojalmente-, iluminador para mí.

Me he levantado del escritorio para ir a la cocina para hacerme la cenacha. Quise ir a oscuras, por no gastar electricidad (plan quinquenal), y me perdí. Andaba a tientas, con la mano extendida delante: así dice San Pablo que es la fe. ¡Qué tanta luz, qué tantos faros, qué tantas antorchas que han inventado los Bernárdez! Bernárdez cree que la fe es un faro. Me perdí, me metí en un cuarto vacío creyéndolo la cocina; y después estaba en la cocina y me parecía el comedor. Pero yo sabía que andando con la mano delante, primero no me degollaría con el alambre de la ropa a secar, y segundo, algún día encontraría la llave de la electricidad, o la caja de fósforos, tan siquiera. Así dicen los teólogos que es la Fe. En cuanto a la llave de la luz, a esa la llaman la Muerte; o mejor dicho la “Visión Beatífica”, acerca de la cual hacen muchos metafisiqueos bastante ininteligibles, como podría hacerlos acerca del sol un topo en su topera, y acerca de la vida de las mariposas una isoca. Pero Bernárdez ya conoce la visión beatífica. Pero la isoca será mariposa; y nosotros, sabemos que la llave de la luz existe. Claro que antes de encontrarla en la cocina, metí dos veces la mano en la olla de la leche, y una vez el pie en el tarro de la basura, helás. Así también, me tiene que pasar en este mundo, antes de encontrar la Visión Beatífica -si es que ya no me ha pasado. Meteré la pata en alguna basura, paciencia.

miércoles, 23 de junio de 2010

Fe, misterio y mitologización


La discusión del último post ha dado para pensar bastante. Yo me quedé dando vueltas con el tema del modo en el que los bienaventurados contemplarán a los damnati, y de las respuestas tomistas o pseudo-tomistas a la cuestión. Algún comentador dijo con agudeza que, en definitiva, es un tema de fe, porque se trata de un misterio. Y creo que allí está la clave.

Por cierto que fides quaerens intellectum y que la fe se debe fundar racionalmente en un conjunto de probabilidades. Pero, ¿hasta dónde debemos llegar en el empeño de escudriñar racionalmente el misterio de la fe? Me parece que a veces se nos ha ido la mano o, mejor dicho, se les ha ido la mano a los teólogos. No es que me refiera solamente al clásico ejemplo de discutir la cantidad de ángeles que caben en una cabeza de alfiler, sino a otras indagaciones que explotan en cuestiones, cuestiúnculas, artículos, sed contras y respondeos. Y no me refiero con esto a Santo Tomás, que muy claro tenía la cuestión, sino más bien a la escolástica posterior.

Se me ocurre una breve reflexión siguiendo a Newman. No se trata de disolver el misterio con los “poderosos” medios de la razón humana. Se trata, más bien, de mitologizar el misterio que siempre debe estar envuelto en las nubes y las oscuridades del Altísimo. En efecto, no nos corresponde entrar en el santuario donde reside Dios, cuando los mismos serafines se cubren el rostro en su presencia.

Como decía la Patrística, el misterio es una verdad sacramental, es decir, una gracia preciosa e invisible que habita en una forma exterior y es un depósito a conservar con cuidado por amor a las realidades celestiales que contiene.

Yo me animaría a hablar del profundo gozo que el misterio provoca en el corazón humano. En el proceso de maduración de la fe, cuando se hace necesario arrojarse en esas profundidades que parecen oscuras y sin sustento racional, acontece el vértigo en el momento de la decisión, pero luego, es esa misma oscuridad resplandeciente, o luz crepuscular, la que provoca el enorme gozo y la absoluta confianza de estar en manos del Logos Eterno. Como dijo el joven Juan a su hermano Andrés: “He encontrado al Señor”. Nosotros hemos encontrado al Mesías. Y con eso nos basta.

jueves, 17 de junio de 2010

Mi salvación, y la de los otros


Uno de los puntos centrales de la discusión que estamos dando se refiere a qué hacer cuando mi martirio -sea éste cual fuere, y no necesariamente la muerte-, afecta de un modo directo a mis otros más cercanos. (Un ejemplo, a veces habitual: me ofrecen un trabajo en el que voy a ganar el doble, pero sé que las tentaciones serán mucho mayores, o no tendré tiempo para estar con mis hijos o para rezar; lo rechazo, a sabiendas que en casa no lo comprenderán y se armará problema).
Me parece que no se trata aquí de desinteresarnos de la salvación de los otros, y mucho menos de los que nos son más próximos, sino más bien de convencernos de que el saber qué es lo que debemos hacer para salvarnos nos concierne exclusivamente a cada uno de nosotros, y nadie puede tomar nuestro lugar, así como nosotros no podemos tomar el lugar del otro.
La Palabra de Dios no nos es anunciada para saber de qué modo se deben salvar los otros, sino para que cada uno de nosotros conozca de qué manera debe trabajar personalmente para su salvación.

miércoles, 16 de junio de 2010

Ratzinger sobre Tomás Moro


Gracias Patricia Jáuregui por aportar este texto de Ratzinger, tan apropiado para entender el martirio de Tomás Moro, y de otros tomasitos que andan por ahí en la actualidad:



"Tomas Moro. Parecía obvio reconocerle al rey la supremacía sobre la Iglesia.
No había un dogma explícito que lo excluyera de modo inequívoco. Todos los obispos
lo habían hecho; por qué iba a exponer su vida él, un laico, y precipitar a su familia
en la ruina? Si no quiere pensar en sí mismo, no debe, al ponderar los motivos, dar al
menos la prioridad a los suyos en lugar de seguir obstinadamente la voz de su
conciencia? En tales casos queda patente a nivel macroscópico, por decir lo así, lo
que ocurre constantemente en lo cotidiano de nuestra vida. Puedo librarme de un
asunto incómodo haciendo una pequeña concesión a la mentira. O a la inversa: acercar
las consecuencias de la verdad me acarrea un tremendo disgusto. Cuántas veces ocurre
esto! Y cuántas veces cedemos! La situación en que se encontró Tomás Moro es corriente
si la traducimos a lo cotidiano: si muchos lo dicen, por qué yo no? cómo voy a perturbar
la paz del grupo? por qué voy a hacer el ridículo? no está la paz de la comunidad por
encima de mi verdad? La armonía del grupo se convierte así en tiranía contra la verdad.
Joseph Ratzinger en CONVERSIÓN,PENITENCIA Y RENOVACIÓN.


Y sí. Siempre es más fácil quedarse callados. Cuando se habla, o se escribe, siempre
hay alguien que se enoja.

martes, 15 de junio de 2010

Rodeados


Cuando era más joven, la figura de Santo Tomás Moro no me terminaba de simpatizar. La asociaba –erróneamente de mi parte-, con el humanismo renacentista y cuasi pagano que, en esos momentos, agotaba mi comprensión del concepto humanismo. Hizo falta leer el libro de Bouyer sobre Erasmo y su breve semblanza de Tomás Moro para que cambiara de opinión.

Justamente en este último librito, Bouyer describe una escena terrible y, a la vez, oportuna, cuando no premonitoria, de los tiempos que nos tocan vivir y que se avecinan.

El 11 de mayo de 1534 Tomás Moro es el único laico convocado a Lambeth para prestar juramento, junto con el clero de la ciudad y de Westminster, del acta por la cual se reconocen como legítimos herederos del reino a los hijos de Enrique VIII y Ana Bolena y la aceptación formal del cisma que reconoce al rey como cabeza de la Iglesia.

Los tres jueces le piden que firme el acta, a lo que él se niega, como había hecho en otra ocasión, un mes antes. Le ordenan entonces que se retire a una sala contigua del palacio de Lambeth a fin de que reflexione acerca de su decisión, mientras los jueces toman el juramento al resto de los convocados. Tomás Moro prevé que su negativa equivaldrá ya no sólo a la pérdida de su posición y de parte de su fortuna –como antes había ocurrido- sino a su prisión y, luego, a su muerte.

Mientras piensa en todo esto, ve por la ventana de la sala en la que se encuentra, a toda la clerecía londinense, rivalizando en servilismo, que hace cola para firmar el acta. Sabe, o sabrá, que todos los obispos del reino también la firmarán, excepto uno, John Fisher, obispo de Rochester, que lo acompañará más tarde en la prisión. Es más, los únicos que morirán en esa etapa de la persecución, serán él, Fisher y una comunidad de cartujos. El resto, todo el resto, de los obispos, sacerdotes y religiosos, prefieran aceptar el acta.

Posiblemente habrán hecho algún vericueto en su conciencia: en definitiva –habrán pensado-, se trata de una cuestión jurídica, y no es cosa de andar arriesgando las prebendas y la misma vida.

Y Tomás, un simple laico, los mira desde su ventana. Da escalofríos pensar en la soledad de ese hombre. ¿Dónde se apoya? ¿En la Iglesia? Sus representantes más conspicuos están allí abajo, peleándose por ser los primeros en firmar. Y él va a morir por no firmar. ¿Hasta dónde su conciencia le indica lo correcto? ¿No será que se equivoca? ¿Hasta dónde es necesario ser fiel a ella?

No sé por qué, pero hace unos días esta escena me ronda por la cabeza. Como dice un amigo –y todos lo tomamos en broma-, “Estamos rodeados”. Creo que tiene razón. Estamos rodeados y, por eso mismo, estamos solos.

lunes, 14 de junio de 2010

Comunicado

En las últimas semanas, a raíz de la situación por todos conocida con respecto al Instituto del Verbo Encarnado, mucho simpatizantes de esta institución, en vez de dar respuesta a los datos, argumentos, advertencias y denuncias, prefirieron sembrar la web de nombres propios a quienes atribuían la autoría de este blog y de otros, creando, de ese modo, un clima de sospecha, al menos desagradable.
Por ello, para que nadie siga involucrando a personas que poco o nada tienen que ver con el propósito de este blog, decidimos clausurar este tema particular y seguir adelante con otras muchas cuestiones que, como se pudo comprobar al paso del tiempo, también forman parte de nuestro interés y nuestro desvelo. Lo dicho, dicho está; no se dijo sólo en Wanderer, no se dijo sólo en la Argentina, no lo dijeron sólo observadores distantes... pero, con tanto que se dijo, nadie arriesgó más que alguna defensa afectiva. No se pudieron obtener respuestas a las denuncias, pero sí se pudo comprobar la experiencia en esquivar comisarios.
Como dijimos en otras ocasiones, el mundo la Iglesia y este blog no se agotan en el IVE que, en definitiva, no es más que una anécdota en la historia de la Iglesia.

miércoles, 9 de junio de 2010

¿Mito (en tanto leyenda metropolitana) o verdad?


Hace unos días un comentarista calificaba al Wanderer, es decir, a mí, como el “titán de la desmitificación”. No quedó claro si era un halago o una crítica, pero acepto la veracidad de la afirmación aunque, por cierto, yo soy un poligrillo y no un titán. Ese apelativo lo merecen los grandes como Bouyer, Newman, Congar (en algunas cosas) y, me animaría a decir, hasta Ratzinger.

La pregunta, en nuestro caso concreto, es si está bien desmitificar algunos aspectos de la Iglesia, de su doctrina y de sus miembros. Muchos, con razón a veces, afirman que, al hacerlo, se hiere la fe de los simples. Por este motivo, he sido tildado más de una vez de “enemigo de la fe” o de “soldado de Satán”. Sin embargo, me parece que es un argumento relativo. Por cierto que no es cuestión de ir a buscar a los simples y discutir con ellos si el cristianismo barroco es mejor o peor que el patrístico, o si tal o cual congregación religiosa tiene problemas. Cosa distinta es que algunos simples se acerquen a un blog de Internet y lean esas discusiones, lo cual hace una diferencia puesto que ese mismo simple lee en Internet críticas mucho más duras y malintencionadas a la Iglesia que las que aparecen en el Wanderer y, la vacuna frente a ellas, creo yo, no puede ser el mito. Y aquí está una de las partes centrales de la discusión, que se podría aplicar a este blog y a otros similares.

Es probable que en algunas épocas, cuando el acceso a la información era más restringido, era conveniente silenciar ciertos temas y reservar las discusiones para el ámbito cerrado de los eruditos. Los ataques a la fe, que siempre existieron, no poseían el poder de fuego sostenido que tienen ahora debido a la proliferación y masificación de los medios de comunicación. Entonces, la defensa puntual que podía hacer el párroco desde su púlpito dominical, era suficiente para contrarrestar un ataque. Pero ahora ya no es así, toda vez que las desmitificaciones brutales que llevan a cabo los enemigos de la Iglesia –llámense Discovery Channel o Página 12- puede acabar con bastante facilidad con la fe de muchos.

Por eso mismo, me parece importante distinguir dos tipos de desmitificación. Una, la que humildemente pretendo hacer yo a través de estas páginas, y que consiste en quitar las adherencias históricas que posee la fe católica pero mostrando que el fondo que permanece es mucho más bello y luminoso aún que la excrecencia que se ha quitado. Otra, es la desmitificación descarnada que realizan los enemigos quienes buscan, precisamente, arrancar junto a la adherencia el principio mismo que subyace.

Frente a esta situación, considero que la solución no es solidificar la excrecencia, o el mito, sino sacarlo a fin de consolidar los principios de la fe que están debajo. Es, justamente, esa fe profunda la roca firme sobre la que edificar la casa. Los mitos, o las excrecencias, son arena: a veces seducem, se construye fácil y rápidamente sobre ellas, pero cualquier tempestad la tira abajo.

La actitud de defensa corporativa – o sectaria-, y el recurso a “No secar los trapitos al sol”, me parece una estrategia que no es propia de los hijos de la luz. La defensa no puede ser el ocultamiento con el silencio o con la erección de mitos; la única defensa posible y duradera es la verdad, pura y simple. Sencillamente, porque los mitos en algún momento se caen y el silencio en algún momento se convierte en grito. Como dije en otra ocasión, la Iglesia no es una multinacional que debe defenderse con estrategias de mercado de sus competidores a fin de no perder clientes. La iglesia es una sociedad sobrenatural cuya cabeza es Cristo, la Verdad y la Luz. Aquí no importan los clientes porque, en definitiva, quien los consigue es Él. Aquí importa el testimonio que demos de la Verdad, y ese testimonio, definitivamente, no puede ser mitificar o silenciar.

Reconozco que en todo esto hay un peligro que ya lo señaló Ludovicus hace algunos meses: tirar el agua sucia con el bebé adentro. Siempre trato de cuidar que eso no ocurra aunque no siempre lo he logrado. Sin embargo, la solución no puede ser dejar al bebé en el agua sucia porque en cualquier momento puede ser presa de una septicemia y morir en cuestión de horas.

domingo, 6 de junio de 2010

El Jesuita fusilado


No se trata ya del Ruiseñor fusilado por los jesuitas, sino del Jesuita fusilado por la pluma privilegiada de Antonio Caponnetto.

Podremos estar más o menos de acuerdo con el estilo de Antonio; podremos disentir con su nacionalismo o su revisionismo histórico, pero nadie puede dudar de la agudeza de sus juicios y de su envidiable –al menos para mí- dominio de la lengua castellana.

Ha circulado con profusión a través de Internet en los últimos días una suerte de larga reseña que el Dr. Caponnetto ha realizado al libro El Jesuita, esa suerte de biografía autorizada del cardenal arzobispo de Buenos Aires, en la que, literalmente, despluma al cardenal poniendo al descubierto su indignidad y compromiso con los poderes del mundo.

Caponnetto incluye casi al comienzo de su escrito una suerte de definición del purpurado: “Nadie podría escribir de él lo que se anotó del Quijote, para su gloria: ¨parecíales otro hombre de los que se usaban¨. No; él (Bergoglio) es un hombre bien ad usum: vulgar, ordinario, arrabalero, pluralista y prosaico. Moderno”. Las palabras que el cardenal ha pronunciado este fin de semana, que fueron reportadas por Ludovicus, confirman aún más este diagnóstico: les aconsejó a los jóvenes que “no arrugen”.

En la misma página aparece un párrafo memorable:

“Porque, ¿quién que tenga realmente esa ¨corona y guardiana de todas las virtudes¨, como llamó San Doroteo de Gaza a la humildad, daría su anuencia para que se publiquen páginas y páginas ensalzando la posesión de ese don? ¿Quién, que a fuer de genuinamente humilde, practicara ese ¨laudable relajamiento de sí mismo¨ que pedía Santo Tomás, erigiría en vida su propio monumento a la humilitas? ¿Quién veramente abocado a la nanidad evangélica –en preciosa expresión de San Buenaventura- podrá contratar a un puñado de escribas para que le canten la palinodia de su arrollador recato? ¿Quién que no tuviera ese ¨brote metafísico de la soberbia intelectual que es el principio de la inmanencia¨, según clarividente análisis de García Vieyra, prohijaría que se dijera de sí mismo que ¨su austeridad y frugalidad, junto con su intensa dimensión espiritual, son datos que lo elevan cada vez más a su condición de papabile¨? ¿Creerá de veras Bergoglio que a la tierra del subte y del colectivo se refería San Isidoro cuando definió al humilde en sus Etimologías como el quasi humus acclinis, o inclinado a la tierra? ¿Creerá de veras que alguien más que Jesucristo puede decir de sí mismo: ¨aprended de mí que soy manso y humilde de corazón?¨”.

Algunas de las líneas del texto de Caponnetto traen, irremediablemente, recuerdo de las lecturas de Benson y Hugo Wast y, por eso mismo, asustan:

“Esta es la obsesión hegemónica de Su Eminencia. Que se lo tenga por un hombre políticamente correctísimo, deposito y heraldo del pensamiento único, lo que implica, en primer lugar, haber combatido ¨la dictadura¨ y cooperado con sus ¨víctimas¨. Gran parte del capítulo trece está destinado a probarlo”.

Como bien define el autor, “El Cardenal aún no ha terminado de proferir su credo para el regocijo del mundo y de su príncipe. “Creo en el hombre”, declara (p. 160)”.

Siquiera pensar en que Bergoglio pueda llegar a ser papa, da escalofríos. Es el personaje advenedizo y oportunista, sin más fidelidades que a su propia ambición y sin más credo que los triunfos mundanos: “Nosotros, digámoslo claramente, no creemos que Bergoglio sea comunista, ni peronista, ni nada en particular. En sus opciones temporales debe aplicársele lo que Don Quijote utilizó para zaherir la inconducta de Sancho: “en esto se nota que eres villano, en que eres capaz de gritar ¡viva quien vence!”.Toda esta exhibición de colaboracionismo marxista no brota tanto de un convencimiento ideológico serio, sino de una actitud villana. Si mañana se dieran vuelta las cosas, podríamos escucharlo cantar Giovinezza con acento piamontés”.

Hacia el final del texto, el Dr. Caponnetto propone un “Envío para necios” del que me parece oportuno mencionar un párrafo que responde a las críticas que él mismo, y muchas veces también el blog del Wanderer, recibe por “sacar los trapitos al sol” de los miembros indignos de la Iglesia de Cristo, tachándosenos de enemigos de ella. Escribe: “Los enemigos de la Iglesia son, ante todo, los falsos pastores, los fundadores infieles, el clero ganado por el vicio nefando y por el pecado mayor de traicionar la integridad de la Fe. No necesitamos informarles a los lectores despabilados que liberales y marxistas, judíos y masones, ateos y gnósticos –y toda la gama posible de enemigos de la Iglesia- son los socios habituales de nuestra Jerarquía. Con ellos se sienten cómodos, no con nosotros”.

Me permitiré discutir, sin embargo, algunos puntos con el autor.

En primer lugar, se refiere en algunas ocasiones a Bergoglio y otros obispos argentinos, como “heresiarcas”. No estoy de acuerdo. Es darles demasiado título. Heresiarcas fueron Arrio, Nestorio, Donato; si se quiere, quizás también Lutero y Calvino, pero ¿Bergoglio? Apenas es un charlatán componedor y oportunista.

En segundo lugar, y ya más en serio, no me parece apropiado utilizar los textos paulinos para defender el nacionalismo. En efecto, Antonio afirma que “(Bergoglio) debería saber igualmente que el anhelo de conservar la patria tal cual la recibimos, es un mandato del Génesis no de Mussolini, y que el Apóstol no predicó “guardad las utopías” sino “conservad las tradiciones”. Las tradiciones a las que se refiere el Apóstol no son, creo yo, las tradiciones de la patria. No son, por cierto, la chacarera, el mate, el 25 de mayo y la bandera celeste y blanca. Se refiere a otras tradiciones, mucho más importantes y esenciales a la fe, que nos fue entregada por los apóstoles.

En el mismo sentido se expresa más adelante cuando dice: “Si el Cardenal repasara a San Pablo, se encontraría con la Carta a los Hebreos (10, 32), diciendo: “Traed a la memoria los días pasados, en que después de ser iluminados, hubisteis de soportar un duro y doloroso combate”. Y comprendería porqué los nacionalistas –que soportamos un duro y doloroso combate por desagraviar la memoria de Rosas- sentimos como propia la repatriación de sus restos, a pesar de que el Menemismo no fue nunca otra cosa que una pluriforme cloaca”. Habría que aclarar que la iluminación a la que se refiere San Pablo es la misma iluminación de la que habla Clemente de Alejandría: el conocimiento de Dios, y no la repatriación de Rosas, y el duro y doloroso combate remite, o bien a la etapa purificativa que antecede a la iluminación, o bien a la persecución sufrida por los primeros cristianos, y no a los desplantes que sufrieron los nacionalistas durante casi un siglo. Aún si el Dr. Caponnetto tomara las citas paulinas en un sentido analógico, no me parece una elección acertada. Los textos sagrados deben permanecer para el uso sagrado.

Finalmente, el autor hace una magnífica defensa del papel que le corresponde a los laicos en la defensa de la integridad de la fe cuando los pastores defeccionan, aún a costa de desobedecerles y disentir con ellos. Y elige hacerlo con algún texto espiritual del fundador de una congregación religiosa del barroco español. Creo que hay autoridades doctrinales mucho más importantes, y venerables, en la tradición católica que afirman lo mismo. En efecto, los Padres de la Iglesia, de Oriente y Occidente, hablaron de ese “sentido de la Fe” que poseen los fieles y que fue, justamente, el que evitó que algunas veces el mismo papa o los concilios cayeran en herejía. Esto está muy claro y perfectamente explicado en el libro de Newman Los fieles y la tradición, traducido y editado recientemente en Buenos Aires.

Sinceramente espero que el texto de Antonio Caponnetto sea incorporado al dossier Bergoglio obrante en algún dicasterio romano y que sea prudentemente enviado a los cardenales participantes del próximo – y esperemos, muy lejano- cónclave.

jueves, 3 de junio de 2010

Camino inquietante


A raíz de un reciente comentario del amigo Tribunus Plebis, anoche vi la película Camino.
Se trata de un film español dirigido por Javier Fesser y estrenado en 2008, que ha ganado seis premios Goya, entre ellos, a la mejor película.
Narra la vida de una niña llamada Camino -como el libro de (San) Josémaría Escrivá de Balaguer- que sufre una gravísima enfermedad la que, luego de meses de agonía, la conduce a una muerte ejemplar.
Está basada en la vida de Alexia González Barros, una adolescente de 14 años, miembro de una familia del Opus Dei, que falleció en 1985 y que está en proceso de beatificación. La película es bastante fiel a la biografía de Alexia, según lo ha declarado su primera biógrafa.
Sin embargo, es evidente que la película está hecha con mala entraña.
No hay exageraciones ni cae en los lugares comunes en los que podría haber caído fácilmente. Está muy bien documentada, hasta en los últimos detalles y, atrás del argumento principal, transita con bastante nitidez el modus vivendi y el modus operandi del Opus Dei.
Lo que más golpea es que es una película inquietante, muy inquietante... por el fondo de verdad sobre el que se mueve.
Apropiada, por cierto, para verla en estos días cuando arrecian noticias sobre las historias ocultas de movimientos religiosos contemporáneos.
Dios le dé vida y fuerza a B16 para acabar con todo esto.
Quienes se animen a verla, pueden bajarla de aquí.

miércoles, 2 de junio de 2010

El politeuma de Newman


Los últimos aportes al último post de los comentaristas del blog, ha provocado en muchos de nosotros -y en mí en primer lugar-, la recurrente disyuntiva de hasta dónde es sano, o necesario, o prudente pretender modificar las realidades temporales -particularmente la política-. O, más bien, "conservar lo que tenemos", para lo cual, con mantener a la familia espiritual y materialmente, parecería que es suficiente, porque no alcanza ni el tiempo ni las energías para otra cosa.
Me acordé entonces de uno de los primeros sermones parroquiales de Newman, predicado en 1831, que puede echar luz sobre el tema.
El cardenal Newman habla a partir de una experiencia personal que tiene, siendo muy joven, de la presencia de Dios y que constituye el punto de partida de su conversión inicial. Diría alguna monja zonza de hoy, que tuvo una "experiencia de Dios". (Pero, por más zonza que sea, merece, creo yo, un post futuro, eso de la "experiencia de Dios")
Escribe Newman (y me perdone Tollers por la traducción):

"Miramos las cosas que nos rodean y nos olvidamos en ellas. Así es nuestra condición -la de un ser que busca su sostén en seres que se demuestran frágiles y que, al hacer esto, desatienden a sus propias fuerzas- en el momento en el cual Dios se propone ayudarnos a encontrar nuestro verdadero lugar en el gran sistema de su providencia. Y luego que Él nos ha visitado, se produce en nosotros como un estremecimiento, y tomamos conciencia de la inanidad y esterilidad de las cosas de este mundo, porque ellas no son capaces de guardar las promesas y nos decepcionan. (...) Y si llegan desgracias que nos golpean (como sucede con frecuencia) somos aún más capaces de comprender la nada de este mundo. Entonces, nos desprendemos poco a poco del mundo, y nos parece que flota delante de nosotros como un simple velo agitado por el viento y que, más allá de sus tinturas multicolores, no nos puede ocultar la vista de lo que está atrás, y comenzamos a darnos cuenta de que existen sólo dos seres inmutables en todo el universo: nuestra alma y Dios que la creado".
Oh sublime! Oh asombrosa! Oh verídica doctrina! Para cada uno de nosotros no existen más que dos seres en todo el universo: yo mismo y Dios. Porque este teatro exterior, con sus pompas y sus placeres, sus honores, sus prestigios, sus grandezas, sus personajes, sus reinos, su multitud de asuntos esclavizantes, ¿qué son para nosotros? Nada, nada más que un simple espectáculo".

Una lectura inadvertida de estos textos podría dar lugar a una interpretación equivocada de la personalidad y de la espiritualidad de Newman, como la que hace Bremond y sus seguidores. No se trata de abandonar todo cuidado de las cosas y de los seres de este mundo, sino de verlos -y cuidarlos-, en orden al fin escatológico que ellos y nosotros poseemos. El mismo cardenal dice : "Aquí abajo gozamos menos de su presencia que de la anticipación de lo que ellos serán un día".
Como bien lo ha señalado algún comentarista, no se trata de fabricar un paraíso en la tierra de molde nacionalista o marxista, que termina siendo lo mismo, sino de considerar y apreciar todas las realidades terrenas no por lo que son, sino por lo que serán.